Tierras de fuego: Novela de glamour

Por Lic. Heberto García Feria, profe de la Universidad de Holguín

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El final de un largo y tortuoso viaje, en ocasiones, es el inicio de otro, que a estas alturas de tanta fatiga audiovisual, ya no parece que devolverá la sal y agua que antaño gozaron las novelas nacionales.

En la Cuba contemporánea los dramatizados han encontrado la barrera del público, desde fórmulas que se repiten hasta el cansancio y otra vez chocan en ese empedrado mar de buenas intenciones.

La salida al aire de Tierras de fuego vuelve a ubicarnos en el centro del huracán, la polémica se dispara en algunos círculos intelectuales y en una parte del público. Si antes se ha cuestionado el excesivo didactismo de ciertas zonas de la creación audiovisual, eso no debe llevar a extremar el discurso, en pos de emular con tendencias foráneas de pésima factura.

Los capítulos de Tierras de fuego nos llevan a emparentarlo en una estética dudosa, que se resiente artísticamente por la influencia en la manera de hacer de sus pares colombianas y mexicanas, verdaderas morsillas y catedrales del kitsch más subdesarrollado y tercermundista.

Esa obsesión que desde el casting privilegió el hedonismo físico, se conjuga con escenas dudosas que complementan el diálogo con incoherentes desnudos que poco o nada aportan. Salvo si en las escenas sin camisa de la manada de galanes, la dirección planeó “el gancho” y la lógica sustitución de los atributos artísticos. Sirva de ilustración uno de esos capítulos iniciales, en que en medio de una conversación del Ignacio -Kristel Almazán- que retorna por los inconvenientes de la salud de su padre, este de buenas a primera se deshace de las ataduras de su pulóver y acto seguido la cámara obvia el diálogo y se concentra en iluminar esa zona de su cuerpo. La manipulación es tan evidente y primitiva que dan más ganas de reír que de llorar.

Si a estas observaciones sumamos la resistencia y lo escabroso de un tema que se desplaza del casi escenario natural urbano al campo, la problemática es aún mayor. El ámbito rural del Palmarito que se recrea es un canto idealizado y paradisíaco, quizás una de las flaquezas más notables de la historia y asumo no malinterpretar con los ortodoxos criterios meramente sociológicos en el arte. La problemática rural es desplazada y aplazada, el confort campestre artificial que nos construye Tierras de fuego, a veces, nos confunde al jugar a oráculo que anuncia los nuevos tiempos, en una ola migratoria al revés: de la ciudad hacia el campo.

Un punto aparte lo merece el vestuario, uno de los mayores desaciertos, ya que salvo contadas excepciones y personajes, el resto del tiempo desentona el eterno glamour con que se pretendió mostrar a buena parte de “los guajiros”, empeñados más en el molde al estilo Playboy que en una creíble caracterización. Y esto no es una defensa a ultranza de la guayabera como símbolo identitario, que por demás sabemos es en los días que corren inoperante.

Alguien desde los presupuestos actuales, con una lógica que hunde sus raíces en el mercado podría cegarse ante la aceptación del público. Aunque no creo este sea el medidor más fiel y edificante, empeñados como estamos de consolidar un espacio preferencial, hoy abandonado a la suerte sudamericana al estilo O Globo.
Es muy caro para la formación y conciencia artística reproducir la enajenación pseudocultural de allende los mares, o es que acaso estamos condenados a ser el eco de los centros culturales occidentales. El gusto estético no es una construcción aislada, dejada a la suerte espontánea y la crítica intergeneracional, a sabiendas que no es un factor hereditario o que portamos en el ADN.

Tierras de fuego asume los códigos universales del género, con conflictos y romances que son atizados por una pugna entre dos familias que a ratos nos recuerdan a montescos y capuletos aplatanados. Quizás el fallo, al menos en lo visto hasta ahora, es que en el intento de pisar tierra firme y jugar al seguro, las intenciones de taquilla primaron ante los atributos artísticos. El camino de los dramatizados nacionales es una catarsis trunca, a medias, que no se libera de la culpa, aunque mantiene ya casi a unos pocos esperando los buenos y nuevos tiempos.

La seducción ejercida por ciertas zonas de la producción extranjera ha hecho una fórmula el emular con estas, factor no obviado por una teleaudiencia que no se lo perdona y las ataca hasta el cansancio. Sin olvidar que al mundo se le hacen concesiones artísticas y son medidas con una benevolencia que todo lo legitima cuando nos llega de fuera, en esa condición y maldición virgiliana del agua por todas partes.

Acerca de Yasel Toledo Garnache

Director de la revista cultural El Caimán Barbudo. Presidente nacional de la Asociación Hermanos Saíz. Fue subdirector editorial de la Agencia Cubana de Noticias. Es graduado del Centro Nacional de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, y Mejor Graduado Integral de la Universidad de Holguín (2014). Periodista, ensayista y narrador. Autor del libro Camino de herejías. En twitter: @yaseltoledoG. En Instagram: YaselToledoGarnache. En Youtube: Mira Joven (Cuba). E-mail:yasegarnache@gmail.com

Publicado el 27 de septiembre de 2013 en De todo y etiquetado en , , , . Guarda el enlace permanente. 1 comentario.

  1. Mis felicitaciones Profe! Aunque no estoy de acuerdo con todo el contenido de su crítica, elogio su profesionalismo y su buen tino frente al teclado. Hay que conocer a plenitud las reglas y exigencias del drama televisivo actual para entender por que Ud. no forma parte del casi 80 % de aceptación y gusto popular de este dramatizado que como cualquier otro tiene sus virtudes y defectos, (estadísticas registradas en los estudios del Centro de evaluación del ICRT en octubre y noviembre de este año). Mi más seria preocupación es que quizás su alumno Yasel Toledo Garnate esté tan alejado de sus pasos. Futuro incierto para el árbol que no garantice buenas semillas. Mis parabienes y reconocimiento. Feliz 2014!

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